La innovación del retorno a lo esencial
El año 2000 fue mi primer año de docencia luego de haber terminado la universidad. Con título bajo el brazo entré a trabajar al colegio Santa María de Chincha. Asumí los cursos de Comunicación, psicología y filosofía. El día de hoy pude estar de visita en Chincha y fui al colegio luego de 12 años.
Pasear por el mismo me produjo gratos recuerdos, pero sobretodo fui consciente de que en ese colegio se desarrollaban muchas innovaciones de diverso tipo, que doce años después las valoro y rescato. Una de ellas era el ambiente de familia y fraternidad que se vivía en el colegio. Si bien estaba guiado por una congregación religiosa con miembros bastante jóvenes, lo que le daba un cierto capital moral al liderazgo que existía, ello no quita el rescatar elementos que puedan ser replicables.
Recuerdo que el trato con los estudiantes era de tú a tú, es decir, había una libertad para entender el conocimiento como un compartir en el que se puede preguntar y cuestionar a la autoridad, con el debido respeto y con argumentos claros. Otra expresión de ese ambiente amical era que los viernes era común que todos, alumnos y profesores, formábamos equipos y nos quedábamos un par de horas más jugando fútbol. Un gesto pequeño, pero que permite entender al profesor como un amigo más. En efecto, ello mal controlado por un estudiante puede llevar a faltas de orden y disciplina, pero muchas veces no era así. Puesto que los estudiantes desarrollaban otro sentido de autoridad, no la del miedo al que tiene el poder, sino la del respeto al amigo que está cargo de mi formación.
Otro logro interesante es que nuestros jóvenes en cuarto de media podían dirigir jornadas de reflexión a otros colegios, dando pláticas y dirigiendo grupos de discusión a alumnos de años menores. Ello era expresión de la seguridad y capacidad de dominio que se iba forjando en los estudiantes. Otro elemento interesante es el diseño atípico de la estructura misma. El colegio es como una casa hacienda, con una entrada grande con grandes portones de madera que reciben al visitante. Las aulas se distribuyen todas en un piso con áreas verdes acompañando las construcciones. Lo que da un ambiente tranquilo y bucólico. Me venía a la mente, mientras caminaba por el colegio, ¿Por qué Starbucks logra replicar un clima cálido y de acogida en sus más de 30 mil locales por todo el mundo y en educación no podemos replicar experiencias de escuelas en las que se vive un ambiente especial y un respeto por la persona?
Otro detalle interesante es que se recibía a los alumnos en la puerta. Esta acción se realizaba desde primaria hasta secundaria. Nos colocábamos por turnos e íbamos recibiendo en la puerta y saludando a cada alumno por su nombre. Recuerdo una vez que Jaime, un profesor, le tocó el recibimiento y vio que Juan, un alumno de segundo de media, estaba medio triste. Este hecho no pasó desapercibido para él por lo que lo llamó aparte para conversar cuando tocó el timbre para entrar a clases. En efecto, había habido una discusión en su casa en la mañana y el muchacho estaba afectado por la situación. Ya a solas, conversaron, el muchacho lloró un poco, se tranquilizó y regresó a su clase. Esos 7 minutos dedicados por un profesor, de seguro le sirvieron para enfrentar los aprendizajes del día ¿Cuántas veces los docentes hemos perdido esa capacidad de percibir pequeños gestos que muestran el estado de ánimo de un alumno? O, más triste aún, quizá sí somos conscientes, pero los dejamos pasar, porque "he venido aquí para enseñar matemática, no para ser formador".
Por todo ello agradezco haber tenido mi primera experiencia como docente, en un lugar donde se intentaba hacer la diferencia y construir una formación centrada en el alumno. Donde realmente se creía que cada alumno es único e irrepetible y con una misión única en el mundo. Por lo que merecía ser respetado y atendido de manera personalizada. Allí aprendí que al alumno no se le forma solo en las clases. Sino más bien en los recreos, estando con ellos. Recuerdo una vez que tenía que avanzar trabajos y me quedé en mi oficina durante el recreo. Vino un colega y me dijo "¿qué haces allí? !Tenemos que estar con los muchachos!". En el Santa María de Chincha aprendí a entender estar en el recreo no se trataba solo de cuidarlos para que no hagan travesuras, sino estar con ellos y estar para ellos, para lo que necesitasen. En la clase los alumnos están obligados, pero en recreo si se acercan a preguntarte algo lo hacen libremente. Si bien influía mucho el carisma que tenía cada profesor, ellos sabían que estábamos allí para ellos.
Haber estado en un lugar donde queríamos construir una nueva educación, una nueva sociedad fue de gran provecho para mí. No sé si hayamos logrado descubrir la solución, es más tengo claro hoy en día que no existe "La solución" o receta para todos los males educativos. Pero ese entusiasmo y convicción empujaba a dar lo mejor de uno y seguir soñando e innovando. Solo queda seguir intentado, y quizá en el intento número 100, al igual que Edison, se descubra cómo replicar la pedagogía de la libertad y la pedagogía del acompañamiento, que era lo que queríamos consolidar y desarrollar. E iniciar una revolución pendiente que creo que necesitamos la revolución de la ternura, la revolución de la colaboración.
Agradezco haber aprendido que en una sesión de aprendizaje no interesa solamente los objetivos de la sesión sino interesa ante todo la persona que tengo al frente y respetar ese misterio insondable que es. Que mi deber es recoger lo que traen e invitarlos, desafiarlos a soñar en grande, a iniciar nuevas y mayores aventuras, la aventura del aprendizaje. A manera de curiosidad sería interesante hacer una investigación longitudinal y ver qué es de esos estudiantes, qué les quedó del colegio a nivel de formación del carácter, a nivel de hábitos del pensamiento, a nivel de convicciones.
Fueron solo dos años en esa escuela, pero suficientes para entender que es posible otra educación. En el Santa María de Chincha pude palpar que es posible educar con alegría y desarrollar la alegría de aprender. Que la relación profesor alumno es un tipo de amistad muy especial, que queda grabada. Que la celebración debe ser parte de todo proceso de aprendizaje. Que los jóvenes hasta los más pequeños tienen más que dar de lo que imaginemos.
Recuerdo que el trato con los estudiantes era de tú a tú, es decir, había una libertad para entender el conocimiento como un compartir en el que se puede preguntar y cuestionar a la autoridad, con el debido respeto y con argumentos claros. Otra expresión de ese ambiente amical era que los viernes era común que todos, alumnos y profesores, formábamos equipos y nos quedábamos un par de horas más jugando fútbol. Un gesto pequeño, pero que permite entender al profesor como un amigo más. En efecto, ello mal controlado por un estudiante puede llevar a faltas de orden y disciplina, pero muchas veces no era así. Puesto que los estudiantes desarrollaban otro sentido de autoridad, no la del miedo al que tiene el poder, sino la del respeto al amigo que está cargo de mi formación.
Otro logro interesante es que nuestros jóvenes en cuarto de media podían dirigir jornadas de reflexión a otros colegios, dando pláticas y dirigiendo grupos de discusión a alumnos de años menores. Ello era expresión de la seguridad y capacidad de dominio que se iba forjando en los estudiantes. Otro elemento interesante es el diseño atípico de la estructura misma. El colegio es como una casa hacienda, con una entrada grande con grandes portones de madera que reciben al visitante. Las aulas se distribuyen todas en un piso con áreas verdes acompañando las construcciones. Lo que da un ambiente tranquilo y bucólico. Me venía a la mente, mientras caminaba por el colegio, ¿Por qué Starbucks logra replicar un clima cálido y de acogida en sus más de 30 mil locales por todo el mundo y en educación no podemos replicar experiencias de escuelas en las que se vive un ambiente especial y un respeto por la persona?
Otro detalle interesante es que se recibía a los alumnos en la puerta. Esta acción se realizaba desde primaria hasta secundaria. Nos colocábamos por turnos e íbamos recibiendo en la puerta y saludando a cada alumno por su nombre. Recuerdo una vez que Jaime, un profesor, le tocó el recibimiento y vio que Juan, un alumno de segundo de media, estaba medio triste. Este hecho no pasó desapercibido para él por lo que lo llamó aparte para conversar cuando tocó el timbre para entrar a clases. En efecto, había habido una discusión en su casa en la mañana y el muchacho estaba afectado por la situación. Ya a solas, conversaron, el muchacho lloró un poco, se tranquilizó y regresó a su clase. Esos 7 minutos dedicados por un profesor, de seguro le sirvieron para enfrentar los aprendizajes del día ¿Cuántas veces los docentes hemos perdido esa capacidad de percibir pequeños gestos que muestran el estado de ánimo de un alumno? O, más triste aún, quizá sí somos conscientes, pero los dejamos pasar, porque "he venido aquí para enseñar matemática, no para ser formador".
Por todo ello agradezco haber tenido mi primera experiencia como docente, en un lugar donde se intentaba hacer la diferencia y construir una formación centrada en el alumno. Donde realmente se creía que cada alumno es único e irrepetible y con una misión única en el mundo. Por lo que merecía ser respetado y atendido de manera personalizada. Allí aprendí que al alumno no se le forma solo en las clases. Sino más bien en los recreos, estando con ellos. Recuerdo una vez que tenía que avanzar trabajos y me quedé en mi oficina durante el recreo. Vino un colega y me dijo "¿qué haces allí? !Tenemos que estar con los muchachos!". En el Santa María de Chincha aprendí a entender estar en el recreo no se trataba solo de cuidarlos para que no hagan travesuras, sino estar con ellos y estar para ellos, para lo que necesitasen. En la clase los alumnos están obligados, pero en recreo si se acercan a preguntarte algo lo hacen libremente. Si bien influía mucho el carisma que tenía cada profesor, ellos sabían que estábamos allí para ellos.
Haber estado en un lugar donde queríamos construir una nueva educación, una nueva sociedad fue de gran provecho para mí. No sé si hayamos logrado descubrir la solución, es más tengo claro hoy en día que no existe "La solución" o receta para todos los males educativos. Pero ese entusiasmo y convicción empujaba a dar lo mejor de uno y seguir soñando e innovando. Solo queda seguir intentado, y quizá en el intento número 100, al igual que Edison, se descubra cómo replicar la pedagogía de la libertad y la pedagogía del acompañamiento, que era lo que queríamos consolidar y desarrollar. E iniciar una revolución pendiente que creo que necesitamos la revolución de la ternura, la revolución de la colaboración.
Agradezco haber aprendido que en una sesión de aprendizaje no interesa solamente los objetivos de la sesión sino interesa ante todo la persona que tengo al frente y respetar ese misterio insondable que es. Que mi deber es recoger lo que traen e invitarlos, desafiarlos a soñar en grande, a iniciar nuevas y mayores aventuras, la aventura del aprendizaje. A manera de curiosidad sería interesante hacer una investigación longitudinal y ver qué es de esos estudiantes, qué les quedó del colegio a nivel de formación del carácter, a nivel de hábitos del pensamiento, a nivel de convicciones.
Fueron solo dos años en esa escuela, pero suficientes para entender que es posible otra educación. En el Santa María de Chincha pude palpar que es posible educar con alegría y desarrollar la alegría de aprender. Que la relación profesor alumno es un tipo de amistad muy especial, que queda grabada. Que la celebración debe ser parte de todo proceso de aprendizaje. Que los jóvenes hasta los más pequeños tienen más que dar de lo que imaginemos.